Nuestra historia

Mi accidentado romance con el fuego de leña comenzó en los años 70 en Pinamar, cuando todavía era un lugar para amantes de la naturaleza. En esa época construí una casa en medio del bosque, diseñada por un importante estudio de arquitectos, discípulos de Le Corbusier. Era una hermosa casa, muy vidriada, muy racionalista, poco integrada al bosque. La calefacción estaba a cargo de un hogar de 1,80 metros de largo y de un calefactor convector alimentado por tubos de 45 kg.

En esos años una gran helada había matado las acacias de Pinamar: la leña era gratuita y abundante. El gas envasado, en cambio, escaseaba mucho en invierno. Mi casa perdía calor por todas partes: si afuera la temperatura era de 5ºC adentro era de 7ºC. Se estaba muy bien frente al fuego del hogar, pero el resto de la casa permanecía helada. Si se usaba el convector a gas sólo se entibiaba, a costa de agotar los tubos en tres o cuatro días.

Esta fué mi primera frustración, pero insistí, creyendo que no había dado suficiente oportunidades a la tecnología en relación con la naturaleza; sin darme cuenta que esa tecnología había sido desarrollada para lugares con energía abundante y barata. Construí con los mismos arquitectos otra casa, más grande, más cómoda, mas todo. Se calefaccionó por losa radiante, con una caldera a gasoil y un hogar a leña mas grande que el de la casa anterior. Fue una nueva frustración. La calefacción consumía 1.500 litros mensuales de gasoil, algo inbancanble. El hogar devoraba enormes cantidades de leña sin resultados apreciables.

Empecé a ver un divorcio entre la tecnología dominante y la realidad. Comencé un obsesivo estudio del problema y de los principios físicos involucrados en el hogar a leña. Aprendí que sólo emite calor por radiación a corta distancia (la intensidad de la radiación es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia) y evacúa enormes cantidades de aire caliente del ambiente por la chimenea.

A los pocos años vendí la casa y viajé a California (EEUU), donde encontré abundante información y sobre todo orientación, en grupos ecológicos y en la Universidad de California (Santa Bárbara). De vuelta a Pinamar con lo aprendido diseñé y patenté un hogar, el Ashwood M80 y, con una nueva concepción de la técnica en relación con la naturaleza, cooperando con ella en vez de pretender dominarla, construí otra casa. Tenía ganancia solar directa, aislación térmica, inercia térmica apropiada, etc. Esta vez la calefacción estaba a cargo del sol y de dos hogares M80, uno en el living y otro en el dormitorio principal, con circulación de aire caliente por toda la casa. Esta vez el romance prosperó: con muy poca leña calentaba óptimamente 200 m2. El gasto de combustible era sólo un 20% comparado con el de una casa de igual superficie.

Aquí desgraciadamente apareció el villano que rompió con el idilio. En los años de la patria financiera solicité un crédito bajo la fatídica 1050. Como tantos otros, perdí todo. De ahí en más me dediqué a desarrollar una serie de artefactos nuevos a leña: calefactores, hogares, cocinas, secadores, etc. Tuve la oportunidad de colaborar con el INTI Energía, a través de contrataciones para distintos proyectos.

La conclusión de mi accionar: lo fundamental a considerar es que el árbol transforma energía solar en energía química almacenable (leña), fijando en el proceso dióxido de carbono y liberando oxígeno. Es un eficiente, económico y natural aprovechamiento de la energía solar. Para ello es necesario el diseño de artefactos eficientes (del orden del 80%) y con calidad de materiales para su mayor duración.

Estos requisitos se cumplen en los artefactos de Biofuego: 81% de rendimiento y 5 años de garantía. Y continúo estudiando, investigando, con el fin de lograr mejores artefactos y la prestación de un adecuado asesoramiento.